Olía a eucalipto. Mientras buscaba con ojos huidizos los ojos de los viajeros, iba dejando una estela de olor a bosque. Pedía dinero, pero a las 9 de la mañana la caridad madrileña está un poco atrofiada. Se ha ido casi con las manos vacías. Las manos no, la mano, porque solo tenía una.
Qué mundo. Qué secos estamos. Y ésta es solo una microscópica desgracia en el marco general. Pero este hombre tenía unos ojos extraños que todo el mundo evitaba y olía a eucalipto.
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